Adiós a los rollitos: el ritual de empezar el gimnasio #parte 2

El único problema es que la última vez que usaste esa ropa todavía se bailaba el “Bicho, Bicho” de Los Fatales en cassette, por ende te das cuenta que tu amada calza negra te deja las piernas más juntas que a la Sirenita o que la remera “para el gimnasio”, además de haber tomado el color de foto antigua, se convirtió en alimento para polillas.

Aclaración: Superada la triste verdad de que vos creciste pero la ropa no (ni se achicó por el centrifugado del lavarropas), llega el momento de arrancar…

Después de hacer un par de movimientos para revisar que la calza no tenga ningún agujerito o que a la primera sentadilla no te va a quedar por las rodillas, salís con la botellita de agua de medio litro para el gimnasio. Y ahí estás nuevamente sintiéndote como la protagonista de Terminator entre tanta maquina desconocida.

Después de descargar tu historial médico en un formulario, llega la pregunta del millón: ¿cuáles son tus objetivos? Y aunque muchas de nosotras haríamos una plana repitiendo la palabra adelgazar, para no parecer desesperada escribís cosas como fortalecer, tonificar y a lo último, casi como si no te importara, bajar un poquito de peso.

Todo marcha perfecto hasta que el profesor dice algo como: “vamos a trabajar isquiotibiales”; aunque te pueda sonar a chino mandarín básico o que el profe está mirando mucha novela turca, la realidad es que ese fue el nombre amigable que alguien con poco amor hacia la humanidad eligió para un músculo.

Dato a saber: De chiquitos los profesores deben haber tenido algún trauma con las matemáticas; durante las dos horas que vas a estar en el gimnasio el profesor va a decir más veces “hace tres series de 15” que tu propio nombre (que probablemente no lo diga ni una sola vez porque no se lo acuerda).

Y así, después de pasar dos horas haciendo abdominales arriba de pelotas al estilo Cirque du Soleil o meter más minutos de bicicleta que la protagonista de Flashdance, irá pasando la primera jornada de gimnasio. Y aunque puedas sentirte más dura que Pinocho, al final del día estarás un paso más cerca de decirle adiós a cualquier bote salvavidas y volverte la Cathy Fulop con acento charrúa…